
Hay cosas que te demuestran lo material o lo cómodos que nos hemos vuelto, pues todo es poco para que disfrutemos y pasemos un buen rato.
Invertimos nuestros ahorros en ordenadores con los que poder visitar mil sitios o hablar con personas lejanas sin movernos del sofá (si son portátiles y podemos hacerlo tumbados mejor que mejor), consolas de videojuegos donde podemos jugar un partido de fútbol sin correr, televisiones de plasma enormes donde poder ver la porquería que emite a diario cada cadena (o la del cuarto que solo usamos 5 minutos diarios hasta caer rendidos), dvds con home cinema incorporado para ver la peliculas bajadas con el emule sin calidad ninguna y así podriamos enumerar cientos de cosas con las que creemos que vamos a disfrutar y al final no es para tanto.
Llegados a ese punto en que te das cuenta que nada te divierte decides vestirte y salir con tu familia a tomar una cervecita al fresquito. Y allí, sentado en una silla de aluminio te das cuenta que por 26 euros que me costó las gambitas, el adobo y el par de cervecitas e disfrutado más que con todo lo dicho anteriormente.
Y es que nada se puede comparar a esa intimidad que aunque parezca extaño da una terraza llena de gente.
Quien sabe, quizá hoy vuelva a apagar la televisión de plasma y vuelva a disfrutar del fresquito...
Por cierto, a los 26 euros hay que añadirle 5 más de unos helados que despues nos comimos en un banquito de madera, donde la intimidad quizá fue mayor, si es posible...
Invertimos nuestros ahorros en ordenadores con los que poder visitar mil sitios o hablar con personas lejanas sin movernos del sofá (si son portátiles y podemos hacerlo tumbados mejor que mejor), consolas de videojuegos donde podemos jugar un partido de fútbol sin correr, televisiones de plasma enormes donde poder ver la porquería que emite a diario cada cadena (o la del cuarto que solo usamos 5 minutos diarios hasta caer rendidos), dvds con home cinema incorporado para ver la peliculas bajadas con el emule sin calidad ninguna y así podriamos enumerar cientos de cosas con las que creemos que vamos a disfrutar y al final no es para tanto.
Llegados a ese punto en que te das cuenta que nada te divierte decides vestirte y salir con tu familia a tomar una cervecita al fresquito. Y allí, sentado en una silla de aluminio te das cuenta que por 26 euros que me costó las gambitas, el adobo y el par de cervecitas e disfrutado más que con todo lo dicho anteriormente.
Y es que nada se puede comparar a esa intimidad que aunque parezca extaño da una terraza llena de gente.
Quien sabe, quizá hoy vuelva a apagar la televisión de plasma y vuelva a disfrutar del fresquito...
Por cierto, a los 26 euros hay que añadirle 5 más de unos helados que despues nos comimos en un banquito de madera, donde la intimidad quizá fue mayor, si es posible...
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